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La chispa de fuego

Redacción de Voz de Supervivencia

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Doce voluntarios se ofrecen cada jueves a servir comida a personas donde sus últimos recursos se sitúan en la calle poco concurrida de Ciutat vella, BarcelonActua. Más de 12.000 personas son atendidas por esta organización con 14.129 intercambios solidarios anuales. ¿Por qué? Porque el objetivo es socializar, escuchar y compartir. Las personas, la mayoría de ellas sinhogar, llenan sus estómagos y sus vidas gracias a la solidaridad de estos humanos. Humanizar es supervivencia.

Una leve brisa marina delata los albores de la tarde. En el  reloj corren poco más de las seis de la tarde cuando nos encontramos enfilando la cuesta que conduce al Carrer Nou de la Rambla. Las construcciones modernistas y los aires turísticos del Barrio Gótico contrastan vanguardistamente con los sonidos del Raval. Se escuchan ladridos de perros, un grupo de señoras mayores comenta la última hazaña de uno de sus hijos, los chavales revolotean por los alrededores. Un hombre de mediana edad y con rasgos y acento del este de Europa nos intercepta poco antes de tomar la esquina al son de “¿tenéis algo pa’ llevarme a la boca, hijos míos?”. Los más jóvenes del barrio empiezan a dar por terminado su particular liga de fútbol y los vemos recoger. Recogen sobretodo chaquetas y abrigos, el más avispado de ellos se hace con el dominio del balón de fútbol y empieza a correr de otro muchacho que parece ser a quién realmente pertenece la pelota. Sin verlo venir, el chiquillo se enviste colosalmente contra mí y cae al suelo redondo. Le ayudo a reponerse del batacazo tomándole la mano y sujetándole el torso. 

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Comida preparada para las personas necesitadas. NAGORE RUEDA

Noto su peso de pluma, el relieve de sus costillas y sin haberme percatado anteriormente, al mirarle los ojos veo una leve chispa de fuego. El muchacho sonrojado agradece mi cordialidad y se dispone a dar media vuelta  e irse. Agitado, necesito dos segundos para evadir el estado de shock. Justo cuando el jovenzuelo reemprende su camino le tiendo la mano. “Se te ha caído el bocadillo”. Él sabe perfectamente que ese bocadillo no es suyo pero no vacila un instante en tomarlo. Veo el fuego reflejado en sus ojos, la tarde ya ha caído del todo y el chico corre a refugiarse con el resto de sus amigos en dirección a sus casas. Decenas de personas se ven al final de la calle. Se oyen sus conversaciones, sus cánticos y sus silencios. Atravieso sus historias y llego frente a la puerta. “Bienvenidos a BarcelonActua”. 

Dijous, tots a taula al Raval' es una iniciativa de la Fundación BarcelonActua que tiene como objetivo acoger y tratar a personas en situación de exclusión social ofreciéndoles calor y comida, en un espacio acogedor y que les permite conversar con ellos y hacerlos sentir personas. Jordi, el coordinador de la actividad, me recibe calurosamente en la puerta y me invita a seguirle. Armados con guantes de plástico y gorros de cocina, los voluntarios me sonríen y se presentan. El local se divide en dos grandes espacios. Por un lado, los voluntarios trabajan en un amplio salón que conduce hasta una pequeña cocina. En el extremo derecho un par de mesas sirven como buffet albergando los distintos preparados. Los voluntarios trabajan en forma cadena preparando los emplatados que se entregarán posteriormente. Abundan las legumbres, pastas, tortillas, carnes, pescados y algún que otro dulce. La labor de cocina se realiza en otra actividad, BACuinetes Eixample, de mano de usuarios y educadores del Servei de Rehabilitació Comunitària (SRC) de l'Esquerra de l'Eixample, un centro público comunitario de la Salud Mental. Por otro lado, las personas que acuden al centro disponen de una sala contigua repleta de mesas que simulan a un restaurante donde pueden descansar, comer e incluso conversar entre ellos y con los voluntarios.

Sodoma y Gomorra por 140 números

Juanjo hace cuatro años deambulaba por comedores sociales y Bancos de Alimentos de Barcelona recogiendo comida. De esta forma entró en contacto con BarcelonActua, que sin pedirle nada a cambio le abrió sus puertas y le ayudó a impulsarse a la sociedad y reinsertarse. Ahora, años después, sigue en deuda con la fundación. “Juanjo, dame un número”. La fundación se ve obligada a mantener unas pautas disciplinarias y de control para el reparto. “He visto auténticas batallas campales y palizas. No mentiría si digo que he llegado a ver navajazos en las puertas de los comedores sociales”. Juanjo se encarga de repartir hasta 140 números horas antes de la cena para que no se generen acumulaciones en las puertas. Esto permite que los usuarios puedan pasar ordenadamente a por los platos y que no se produzcan altercados. A pesar de que la fundación se define por su cordialidad y afecto con sus usuarios, los límites son necesarios. “La seriedad es necesaria. Sino, se nos suben a las barbas y esto es un descontrol”. Los números van pasando y la gente entrando y saliendo. “¡Que pase el 27!”.

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Centro de cocina de BarcelonActua. NAGORE RUEDA

El último recuento realizado en mayo del 2018 por la Red de Atención a Personas Sin Hogar (XAPSLL) apuntaba que mínimo cerca de un millar de personas vivían en las calles de Barcelona. Otras fuentes contabilizan hasta tres millares. Las cifras son muy difíciles de contabilizar debido al nomadismo presente entre el colectivo. Aproximadamente un tercio de estas personas en situación de exclusión social duermen en la calle cada día y no disponen de ningún tipo de ayudas para refugiarse entre cuatro paredes. Los datos también señalan que cada cinco días muere una persona sin hogar y que solo el 40% de estas personas acude a centros de atención sanitaria. Las cifras hablan por sí solas y demuestran una pésima actuación por parte del Estado. La intervención política es escasa e interesada. “Los políticos solo se dignan a venir a vernos cada cuatro años. Es curioso que hoy no tengamos la visita de ninguno de ellos ya que estamos en época de elecciones” apunta Jordi, el coordinador de la Fundación.

Para muchos, la noche del jueves es la única noche en la cual pueden tomar una comida caliente.

Canto de sirenas

“El chute de heroína se vende a 3 euros”. Las drogas abundan entre el “sinhogarismo” barcelonés. Los factores de riesgo y protección son dos variables de suma importancia para la comprensión del consumo de drogas y estupefacientes por parte de este colectivo. La exclusión social plasmada en forma de invisibilización y que repercute en la deshumanización conduce a un estado de ruptura con las redes sociales primarias. “Necesito drogarme para olvidar” comenta más de uno a las puertas de la fundación. La desinhibición acaba generando un bucle, el pez que se muerde la cola. “Muchas veces, el impacto que genera perderlo todo y quedarte sin nada tiene como consecuencia la necesidad de encontrar el placer y el bienestar por medios que sean extremos”, nos comenta uno de los voluntarios. “Al adicto se le reconoce en cuanto lo miras a los ojos. El adicto es el que tiene más miedo, el más débil, sus ojos me lo cuentan” lamenta el coordinador de la actividad. La lucha por la supervivencia fracasa en incontables ocasiones debido a la carencia de esperanza por parte del colectivo sin techo. Lo único que les permite relajarse y descansar es drogarse, y contra la desesperación no se puede combatir. La droga es para ellos como el canto de las sirenas, saben que es su perdición pero no pueden evitar seguir su voz. BarcelonActua propone como solución diferentes talleres de inserción laboral y de preparación. El objetivo de estas actividades es el de brindarles a estas personas en situación de exclusión social un camino que perseguir, encontrar de nuevo un sueño y sobretodo la esperanza perdida.

 

Cuando se abren las puertas a las 19:00, la hilera de la cola se pierde hasta el final del local. Todos están en sus puestos. Los voluntarios se han colocado en forma de cadena, con una tarea determinada. Se hace hincapié en la necesidad de ser afectuosos y comprensivos con los usuarios, ofrecerles la comida y darles las gracias por venir. Los primeros usuarios entran y cogen un plato de pescado con patatas, otro plato de lentejas, unas rebanadas de pan, un par de botellas de agua incluso pueden picotear un poco de embutido. La cadena culmina en los postres, los preferidos para todos. “Los dulces no suelen sobrar” comenta entre risas uno de los primeros afortunados. Uno tras otro, los usuarios pasan por la cadena y recogen la comida. La mayoría deciden sentarse en la sala contigua y cenar allí, juntos y charlando; otros se marchan, a su casa o adonde sea su hogar. Alguno que otro pide que se le caliente la comida. Para muchos, la noche del jueves es la única noche en la cual pueden tomar una comida caliente. Para otros tantos, esa bandejita de pollo o pescado ha sido su primera comida en días. Pero algo en lo que coinciden todos es en la gratitud. Sus miradas y sus sonrisas siempre van acompañadas de un ‘muchas gracias’ o de un ‘os lo agradezco muchísimo”. Aunque también hay gente que está muy nerviosa, incluso agresiva, y por lo que nos cuentan los voluntarios que acuden periódicamente, es debido a las drogas en gran parte de los casos. “Tú, abre ese armario y dame zumo ahora mismo, no quiero esperar”, me dice un usuario, aproximadamente a unos diez centímetros de mi cara, mirándome a los ojos desafiante. En ese momento el nerviosismo me invade el cuerpo. Le digo que yo no puedo darle nada y que se ha de dirigir al coordinador. Me sigue mirando y se acerca un poco más, “¡qué me des zumo, ya! El miedo empieza a aparecer en mi cuerpo y es entonces cuando Jordi, el coordinador, aparece y habla con él. Este hombre muestra que no todo lo que se vive en los centros es bonito, sino que también existen muchos momentos de tensión; como el que vivió Laura Rodríguez un fin de semana en la actividad “Dissabtes, esmorzars al Raval”. Laura es coordinadora de la actividad de comedor social los fines de semana y un fin de semana un chico muy nervioso y temblando, entró gritando y diciéndole: “No tienes ni idea de cómo llevar a cabo esto, yo te voy a enseñar como se hace”, incluso se atrevió a decirle “¿de qué desgraciado eres hija?”.

Las estrellas desde la calle

“Vivir en la calle es la circunstancia máxima que tu puedas vivir”. La principal manifestación de la exclusión social es la pérdida de la vivienda. Millones de personas se ven obligadas anualmente a desprenderse de su hogar para tener que buscarse refugio en las calles. “La primera noche es la más dura”, nos cuenta Adam, un entrañable inmigrante senegalés. "La primera vez que te tumbas en el banco de un parque, sintiendo el frío recorriéndote todos los huesos y oyendo a toda la gente que pasa, lo único que te queda es intentar contemplar las estrellas”.

 

Cada cinco días muere una persona sin hogar y que solo el 40% de estas personas acude a centros de atención sanitaria.

Al centro acuden personas en situación de exclusión social, la mayor parte de ellas, personas que viven en la calle. Gran parte de los días de la semana se la pasan sin comer, de ahí la gran importancia de centros como BarcelonActua, que tres días por semana les proporcionan algo que llevarse a la boca. “Hoy es un día un tanto especial”, nos comenta Jordi,  el coordinador de la actividad. “Estamos en época de Ramadán y muchos de ellos no vienen, porque no pueden comer y prefieren no venir para tener que esperar a la hora en que sí puedan hacerlo. Así que puede que hoy sobre comida”. Se hace raro oír comedor social y sobrar comida en la misma frase, de ahí la anormalidad de la semana. Aun así, al acabar la jornada toda la comida se había terminado. Al centro acuden muchos musulmanes, y de ahí que en BACuinetes Eixample, donde se prepara gran parte de la comida que se sirve, lo tienen muy en cuenta. Dos de las personas que estaban sirviendo la comida eran dos chicos, de unos 30 años, que habían elaborado la comida en el centro del Eixample. “Me siento muy agusto aquí y me gusta venir porque siento que lo que hacemos sirve para algo y les gusta”, nos explicaba uno de ellos.

 

Al final del recorrido hay pastas, y menos una o dos personas de las 140 que acuden, todas quieren. Se ve en sus caras la ilusión de poder llevarse algo dulce que pueda representar el último plato, el postre, el final de la comida más completa que se lleven a la boca durante la semana. “Mi casa es una enfermería: mi marido con alzhéimer, mi hijo no se puede mover”, explicaba una señora “¿podrías darme un trozo más para mi niño que se pondrá muy feliz?”. Muchas de las personas que acuden al centro están solas, cuentan con pocas personas de confianza pero a la hora de la verdad no tienen a nadie más. Se encuentran excepciones, como es el caso de esta señora que sí tiene familia, pero podemos ver la gran carga que lleva encima y el trabajo que realiza para poder salir adelante; y BarcelonActua es un pilar fundamental para poder hacerlo.

 

Son pasadas las 20:30 y el reparto de cena se ha terminado, con lo que empieza el momento de recoger el centro para dar paso a las actividades que se llevarán a cabo el día siguiente. Al salir encontramos al coordinador de la actividad, Jordi, y algunos voluntarios de los que disponíamos despedirnos. La calle poco concurrida del Raval en la que horas antes se encontraba una multitud esperando la cena, con la llegada del ocaso quedaba con la compañía de pocos usuarios que se contaban su actual realidad.

Las personas que asistentes a las cenas de BarcelonActua han creado su familia entre ellos y los voluntarios, con los que comparten sus vivencias y su día a día. Por lo que se sorprenden cuando hay voluntarios nuevos dispuestos a escuchar su voz para relatar su batalla constante del vivir en la calle.  Aún en las puertas del centro se une a nosotros un hombre que se interesa del motivo por el que nos encontramos en la puerta, José Luís Olesti pregunta: ¿Ya os ha contado Jordi quién soy? Tras un instante dió paso a narrar su historia.

Historia de superación

José Luís Olesti persona que había vivido en la calle, es el creador de la iniciativa del programa Primer la LLar realizado por el Ayuntamiento de Barcelona. Una exposición que intenta sensibilizar sobre la situación de exclusión residencial y sin hogarismo que sufren muchas personas actualmente. Olesti relata con rabia cómo siente que formamos parte de un sistema que no da amparo a las personas sin recurso.

Tras sobrevivir en la calle unos años acompañado por la soledad y ver que “la ciudad es muy peligrosa, y más por la noche”, decidió ir a vivir a la montaña para encontrarse más seguro. Después de luchar y conseguir un techo donde vivir ayuda a la otra gente “difundiendo y dando visibilidad con charlas en institutos y universidades”. José Luís afirma, “es muy duro vivir en la calle en una ciudad tan grande, me marché porque convivías entre peleas, robos y alguna que otra matanza.”

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José Luís Olesti tras la entrevista. NAGORE RUEDA

La historia de superación de Olesti había atraído a cinco usuarios que compartían las mismas situaciones y comentaban las duras condiciones en las que se encontraban. La cámara es para ellos una ventana por donde poder gritar su historia al mundo, todos piden emocionados salir, haciendo cola entre bromas y disputas por ver quién habla primero. Uno de ellos comenta, “los que no habéis vivido en la calle no sabéis lo que es la vida, no tienes ningún tipo de cobertura”.

 

La calle se vacía, y además del ruido creado por sus historias, todo permanece en silencio. Como han mostrado en primera persona, no hay mejor representación de la sociedad respecto a ellos: la no preocupación, el dejarles de lado, en definitiva, el silencio. Invisibles ante los demás, bautizados como los exiliados de la sociedad. De vuelta a casa por la cabeza no dejan de resonarme historias, experiencias, amarguras y mucha esperanza y fuerza de voluntad. Me encuentro en mi debate interno cuando veo el brillar de su mirada. Es el joven al que horas antes le he entregado el bocadillo. Se encuentra agazapado entre dos vehículos rodeando con los brazos a una pequeña niña que no debe de tener más de 4 años. Le sonrío. Me devuelve la sonrisa y en ese preciso instante, la niña tuerce su cuello y por primera vez puedo apreciar sus ojos. Tienen la misma mirada de fuego que su hermano. En su mano, un pedacito de bocata. En sus ojos, la chispa de fuego. Una chispa que aún pareciendo que está por apagarse, nunca deja de brillar. 

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